Querida vida,
Me gustaría que nos conociéramos mejor. Tu siempre has estado ahí, tan cerca, y a la vez, tan lejos.
He vivido algunos momentos de mi vida en los que tú y yo hemos estado conectados. Gracias por otorgarme el honor de ser el responsable de traer una nueva vida al mundo, y por la intensa aventura de tratar de nutrirte lo mejor posible dentro de ella. Nunca me he sentido tan conectado a ti como cuando cuidaba de mis hijas.
Cuando esos dos regalos dejaron de estar presentes en mi día a día (es decir, cuando mi mujer y yo nos convertimos en dos nidos vacíos), fue una de las pérdidas más profundas que he experimentado.
Mirando hacia atrás, ahora soy consciente que estaba experimentando la alegría de tí a través de mis hijos. Se trataba de una conexión indirecta.
A día de hoy, todavía puedo sentirte ahí, como una posibilidad seductora y aterradora. En el fondo de mi corazón creo que puedo experimentar el mismo tipo de conexión que sentí contigo hace tantos años. Hoy, no hay ningún mecanismo a través del cual pueda sentirte y tocarte. Estoy yo por un lado y tú por el otro. Puedo volverme hacia ti, o puedo alejarme de tí.
¿Cómo puede ser que haya partes de mí que quieran alejarse de ti? ¿Cómo puede ser que haya partes de mí que prefieran experimentar el frío consuelo del comportamiento y las fantasías sexuales compulsivas?
De niño, tú y yo éramos uno, al menos al principio. A medida que fui tomando conciencia de mí mismo, me distraje con la disfunción y la negación de mi experiencia infantil. Por cada momento que experimentaba el regocijo de la conexión contigo, experimentaba una fuerza negativa que me mostraba que la vida era sólo sufrimiento y tristeza.
En ese momento, esa fuerza negativa era mucho más fuerte que tú. No tuve más remedio que escucharla y dejarme influir por ella.
Me enseñó que tú sólo eras lucha y riesgo y peligro y miedo y dolor y tristeza y soledad y lágrimas, algo que había que evitar a toda costa. Incluso entonces tú seguías ahí, llamándome en los momentos de diversión y risa y juego, y en todas las cosas que acabo de citar.
Tal vez ese era mi problema. Tal vez vi todas las cosas que eras y me asusté. Quiero decir, ¿por qué querría un niño abrazar el dolor y el sufrimiento?
Así que, para protegerme del desequilibrio de todas esas cosas difíciles que se producían al aceptarte por completo, me aparté. Y, como estás en todas partes y en todo, el único lugar que me quedaba era mi interior.
Así que encontré un lugar para esconderme de ti, dentro de mi propia mente. Pero era solitario y aburrido, así que tuve que encontrar cosas que hacer para ocupar mi mente y entretenerme.
Hubo masturbación (eventualmente) y drogas, y luego masturbación y drogas.
Eras tan dolorosa (o parecías tan dolorosa) que haría cualquier cosa para evitar tu abrazo. Llegué a disfrutar del abrazo de otros (amigos, una amante, una esposa, mis hijos) pero, al final, siempre volvía a mí y a ti.
Tenía miedo de abrazarte. Eres tan poderosa y abrumadora. Me decía a mí mismo que era más seguro quedarme con lo que tenía, abrazar los sustitutos de la vida y centrarme en mi placer, mi mundo y mi satisfacción.
Pagué el precio de mi miedo. Desarrollé lo que se denomina en los jóvenes un «sentido inapropiado de pertenencia». Pensaba que, como mi infancia se caracterizaba por la impotencia, la soledad y el dolor, tenía derecho a satisfacer mis deseos y caprichos de poca importancia.
Los demás se convirtieron en instrumentos y oportunidades para satisfacer mi voluntad y mis deseos. Mis acciones estaban calculadas. La necesidad de complacer mi voluntad era, para mí, la elección obvia.
Estaba hecho a medida para la adicción. Era capaz de justificar niveles de autoindulgencia y narcisismo asombrosos.
Cada paso hacia la autoindulgencia y la compulsión era un paso para alejarme de ti. Al final, inevitablemente, te perdí de vista y te perdí la pista. Abrazarte se convirtió en una idea únicamente. En su lugar, conté las victorias y las derrotas, «goles» y pérdidas. Alimenté mi ego a expensas de mi alma y mi conexión contigo.
Así que, aquí estoy hoy. Tu voz me llama, innegablemente. Sé que quieres que vuelva. Quieres continuar donde lo dejaste con ese niño de siete años.
Él todavía está aquí. Lo sé con certeza. Y tú sigues ahí, justo donde siempre has estado. Tan constante como las estrellas que has sido. Tan fiable como el ir y venir de las estaciones.
Si puedes perdonarme mis perjuicios (y sé que ya lo has hecho), creo que podemos estar juntos. Te quiero, aunque no te conozco realmente. Y eso es emocionante y aterrador.
Tú eres emocionante y aterradora. Estoy tan cansado de tener miedo. Lo contrario a ti es la muerte. Un día llegará la muerte, y espero que no sea hoy, y espero estar preparado ese día. Pero todo depende de mi capacidad para dejar de lado mis miedos y abrazarte tal y como eres, en tus términos, no en los míos.
Estoy listo para abrazarte. Estoy preparado para dejar de lado mis miedos y confiar en que estaré a salvo en tu abrazo.
Te he echado profundamente de menos y he anhelado tu abrazo durante muchos años.
Confío en ti. Te deseo. Te necesito. Te quiero.
Por favor, llévame de vuelta. Por favor, ayúdame a llevarte de vuelta.
— David R., Tampa Bay, FL.
Artículo original de la revista oficial de SLAA F.W.S., Número 192, Página 24 (+)